En su voz distorsionada y en sus letras intensas, Antonin Artaud se erige como el poeta maldito que fusionó locura y arte. Su vida, marcada por el dolor y el confinamiento, nos invita a recorrer su universo surrealista, donde la lucidez y la demencia se entrelazan, dejando una estela de reflexión sobre la verdad, la crítica y el absurdo.
Soy metafísica violenta, soy surrealista apocalíptico, soy la encarnación de Napoleón y estoy condenado a un manicomio… Esperando en la tarde la dosis que calma el miedo…
Con esa estrofa comienza la canción Antonin Artaud que suena en el reproductor, interpretada por el extravagante Carlos Segura junto a la banda de rock venezolana Zapato 3. Es inevitable perderse en medio de un ritmo que incita a la locura y las letras ensordecedoras originan la pregunta ¿y estos qué se fumaron para componer una canción así?
Transcurría el cuarto día de septiembre en la ciudad de Marsella, cuando Antonin Artaud iniciara su camino turbio, marcado por el dolor. Poeta, novelista, dramaturgo, ensayista, director y actor francés, que pasó casi diez años de su vida internado en un manicomio, debatiéndose entre la lucidez y la demencia, fue la gran inspiración de esta pieza. Su obra, conocida por su violencia y crueldad revela que consciente o trastornado, hay una lucidez que ninguna enfermedad me arrebatará jamás, es aquella que me dicta el sentimiento de mi vida física.
Sigue la estrofa… Soy distorsión intelectual, soy verborrea visceral, estoy negado y encerrado… Esperando en la tarde la dosis que calma el miedo…
Así imagino a Antonin Artaud, abatido y recluido, sufriendo intensos dolores, viviendo en una eterna paranoia, sabiéndose loco, refugiándose en el arte, en las letras, en la fe. Allí está el poeta maldito, hurgándose a sí mismo, en un intento de encontrar la verdad.
¿Cuál sería esa dosis que buscaba con desespero para hallar sosiego? ¿Acaso la comprensión de esa sociedad que con tanto ahínco criticaba? En sus creaciones literarias, exponer su obra no era el propósito, sino mostrar su espíritu. Así lo advierte en El ombligo de los limbos (1925), libro de poemas escrito para alterar a los hombres, como una puerta abierta ligada a la realidad. En El pesa-nervios (1927), condena la literatura y a los literarios como unos cerdos, también a los que definen sus pensamientos. Para él lo más importante era vivir en una suerte de estación incomprensible, un estado sin lugar para fundamentos, ni certezas.
Continúa…Soy el órgano motor, soy el rojo saturado, soy metafísica violenta, estoy loco e ignorado… Esperando en la tarde la dosis que calma el miedo…
Antonin Artaud, poeta maldito, fue sometido a sesiones de electroshock para aplacar su locura y cuando le fue diagnosticado el cáncer de recto terminal, le suministraban fuertes de dosis de cloral para calmar sus dolencias y angustias. Él mismo describió la sensación de quemazón ácida en sus miembros, los músculos retorcidos, un temor, una retracción ante el movimiento y el ruido, una confusión inconsciente de la marcha, de los gestos, de los movimientos.
Antonin Artaud, poeta maldito, nos dejó en sus ensayos, en su teatro, en su poesía, en su desquiciada vida, algunas fórmulas para desenmascarar las falsas pretensiones que merodean la literatura, no solo en la actualidad, sino desde siempre. Hoy, después de 66 años de una existencia turbada, nos estimula a girar en torno a la locura y a lo absurdo, aunque el final esté marcado por el hundimiento del ser y la espera de la dosis sea eterna.
[Como Nina, el mote que le puso su padre, firma María Laura Padrón estos textos sacados del baúl. Fragmentos de su adolescencia, escritos bajo la influencia de personajes y lecturas que le volaron la cabeza. Un ejercicio para reírse de sí misma y evocar a la muchacha curiosa que solo quería leer y escribir]