La naranja mecánica (1962), de Anthony Burgess, explora una juventud violenta y sin rumbo. A través de Alex y sus drugos, plantea una reflexión sobre el libre albedrío, el control social y los límites de la moralidad. Más de seis décadas después, sigue desafiando al lector a repensar los límites de la naturaleza humana.
—¿Y ahora qué pasa, eh?
Alex y sus tres drugos, Pete, Georgie y el Lerdo, matan el tiempo en el bar lácteo Korova. Le dan vueltas a su próxima cacería, dejan que la crueldad les burbujee en la sangre. La compasión no figura en el menú.
—¿Y ahora qué pasa, eh?
Se topan con una casa. En la entrada, un cartel que dice HOGAR. En segundos, lo reescriben con sangre, gritos y puñetazos.
***

Estos hechos son apenas el preámbulo de lo que está por venir en la vida de Alex y sus tres drugos: Pete, Georgie y el Lerdo. Cuatro adolescentes atrapados en la rutina de siempre, vistiendo a la última moda, hablando en nadsat —un código que solo entienden los suyos— y derrochando el vigor de la juventud en actos de violencia gratuita contra cualquiera que se cruce en su camino por las calles de Gran Bretaña.
Alex, el líder indiscutible, expresa sin tapujos su devoción por la música sinfónica, el sexo y la ultraviolencia. ¿Por qué habría de avergonzarse? Nadie se detiene a analizar de dónde viene la bondad, entonces ¿por qué tanto esfuerzo en buscar el origen de la maldad? Así piensa Alex. No es malo por naturaleza, sino porque ha elegido serlo. Y en ese ser malo encuentra la única forma de esquivar el tedio.
A lo largo de los 21 capítulos que conforman La naranja mecánica, Alex nunca se arrepiente de verdad. Es un monstruo, o al menos así se nos presenta. Pero también es traicionado. Sus drugos, esos en los que confiaba, lo venden sin remordimientos.
De líder de las calles a número 6655321. Ahora está en prisión. El castigo ha llegado. «¡Oh, me gustará ser bueno, señor!», dice en algún momento, pero solo para captar la atención.
En la cárcel, ya no manda. Ahora es el conejillo de Indias de un experimento gubernamental. Lo atarán a una silla, lo llenarán de cables y lo obligarán a mirar su vida como si fuera una película. Sentirá asco de sí mismo. De Ludwig Van Beethoven. De todo. Saldrá de ahí supuestamente «curado», pero en realidad solo será un enfermo más, aterrado ante la violencia. ¿Quieres volver a la calle? Perfecto, eres el elegido. Aquí tienes la solución: una inyección y un par de electrodos en la cabeza.
***

—¿Y ahora qué pasa, eh?
Alex, sin drugos, sin padres, sin la Novena sinfonía. Sin nada. De victimario a víctima, vagando sin rumbo. Cae, se levanta, lo levantan. Luego, sonríe para la foto con el Ministro y le dan una patada por el culo al método Ludovico. Curado. ¡Que suene la gloriosa Novena! Nadie puede jugar con la voluntad de otro.
—¿Y ahora qué pasa, eh?
Alex y sus tres nuevos drugos, Len, Rick y Toro, planeando la siguiente jugada. Pero Alex, el viejo druguito, está hastiado. Creció y dice adiós. Se marcha a donde nadie puede seguirlo.
[Como Nina, el mote que le puso su padre, firma María Laura Padrón estos textos sacados del baúl. Fragmentos de su adolescencia, escritos bajo la influencia de personajes y lecturas que le volaron la cabeza. Un ejercicio para reírse de sí misma y evocar a la muchacha curiosa que solo quería leer y escribir].